Enseñar es el arte de emocionar al
alumno a través de los sentidos. Creando en su mente, un andamiaje de
estrategias, contenidos y herramientas que dará lugar al aprendizaje. La
educación debe preparar para la vida y estar centrada en enseñar a pensar a los
alumnos. A pesar de la cantidad de estudios que ha habido a lo largo de la
historia sobre pedagogía, la enseñanza en nuestros días sigue basada en la
memorización y en seguir libros de texto de forma mecánica. Fröbel ya hablaba
en el siglo XIX sobre la importancia del conocimiento del niño y adolescente
para adecuar las intervenciones educativas en cada periodo. De hecho, es el
precursor de la escuela activa, en la que se oponía a la tradicional clase en
la que el alumno escuchaba de forma pasiva mientras el maestro daba una clase
magistral. Destaca la importancia de aprender a través de los sentidos,
destacando el valor de la actividad espontánea, la creatividad, Pues bien, algo
estamos haciendo mal, muy mal, cuando en la mayoría de nuestros colegios e
institutos, este movimiento aún no ha llegado dos siglos después. Olvidamos que
el juego es la base del aprendizaje y del desarrollo mental del niño. Decroly,
a principios del siglo XX, propugnó la diferenciación de los alumnos según
necesidades y características, y se basa en el principio de interés, “el niño
solo aprende lo que le interesa”. Cada niño tiene unos ritmos de aprendizaje e
intereses diferentes.
En nuestras aulas tenemos una media de
25 alumnos en primaria e infantil y 30-35 en secundaria, con unos contenidos
que marca el currículo y que debemos conseguir al finalizar el curso. Seguimos
un libro que estableció una editorial. Y con todos estos datos, cuando nos
damos cuenta nos vemos inmersos en una espiral de exigencia a nuestros alumnos
donde no cabe nada que no sea memorizar y avanzar contenido para llegar a lo
que nos marca la ley. Sin olvidar la presión de los padres, que alimentan esta
dinámica, pues quieren que aprendan de todo, que aprendan a tocar un
instrumento, aprendan inglés y alemán o chino, que en el fútbol sean los
mejores… Sin darse cuenta que, ejerciendo esta presión sobre el sistema
educativo profesores y alumnos, lo que están creando, son unos datos falsos
sobre el resultado que obtienen sus hijos. Si el alumno no llega a los
contenidos y a la carga de trabajo exigida, muchos padres se dedican en cuerpo
y alma a sus estudios, para que el niño alcance al menos, el mínimo resultado
para superar la asignatura, pero, ¿a costa de qué? No son conscientes que los
niños llegan al nivel esperado de forma vacía, artificial, forzada… lo han
memorizado, van al examen, lo “vomitan” y se acabó, ya no saben nada. (Este es
el principio del fracaso escolar).
¿Es que alguien se ha planteado si el niño
tuvo tiempo de asimilar la información y establecer conexiones con aprendizajes
previos buscando su acomodación? ¿Qué herramientas utilizó, qué reglas
mnemotéticas…?¿Los docentes de nuestros centros conocen cómo funciona el
cerebro para aprender en cada etapa evolutiva del alumno? ¿Dónde queda la
motivación y las ganas de aprender? ¿Dónde queda la autoestima de los niños
que, a pesar de un grandísimo esfuerzo,
no llegan a los mínimos exigidos? ¿Cómo pueden llegar todos al mismo sitio al
mismo tiempo de la misma forma? Y lo más importante y preocupante, ¿Cuándo
juegan los niños de hoy? Y por juego me refiero al juego tradicional, en el que
se rompen pantalones en las rodillas, en el que los niños se socializan, en el
que salen a la calle haga frío o calor, en el que inventan juegos desarrollando
la imaginación y por ende el aprendizaje.
Juego e imaginación en la infancia,
¿serán pronto una quimera en el mundo actual? Giner de los Ríos, fundó la
institución libre de enseñanza en la que defendía como principios más
importantes: el valor de la actividad
del niño y el juego, la enseñanza comunicativa no memorística y enseñar al niño
a pensar por sí mismo. Jugando, el niño se emociona, pone interés en lo que
hace y acaba aprendiendo con más rapidez y de forma significativa. Así,
siguiendo la teoría psicogenética de Piaget, el niño va construyendo su propio
conocimiento elaborando esquemas cada vez más complejos a partir de los
previos. Es lo que se denomina construcción de la inteligencia. Como docentes,
somos los encargados de esta compleja tarea, aprovechemos pues, todos los
conocimientos que tenemos y las ventajas intrínsecas del juego para
desarrollarla. Sin olvidar que el niño es un ser social. Vygostky da mucha
importancia al lenguaje y a la interacción del niño con los adultos y con la
sociedad como factor imprescindible para facilitar el proceso de aprendizaje.
En la Declaración de los Derechos del Niño, adoptados por la Asamblea de
la ONU el 30
de noviembre de 1959, en el principio 7 se expone, "El niño deberá
disfrutar plenamente de juegos y
recreaciones; la sociedad y
las autoridades públicas se esforzarán por promover el goce de este
derecho". Karl Groos (1902), defiende el juego como preparación del niño
para la vida adulta y como fenómeno de desarrollo del pensamiento y
de la actividad. Piaget (1956) asocia estructuras básicas del juego con
las fases evolutivas del pensamiento humano: ejercicio, simbólico y reglado.
Podríamos seguir citando autores que defienden en sus investigaciones las
bondades del juego, pero lo que buscamos es dejar claro que todo docente debe
tener en cuenta las ventajas del juego y la necesidad de incluirlo en su
trabajo. Al igual que los padres deben priorizar el juego de sus hijos ante
otros aprendizajes reglados o no reglados y apoyar su integración en el centro
escolar.
Otro aspecto preocupante es la
motivación en los alumnos. ¿Tenemos alumnos motivados en las aulas españolas?
Es muy común escuchar a un alumno decir: - A mi me encanta la Física y la
Química porque tuve un profesor estupendo. O, - Yo decidí estudiar Geología
porque el profesor de Ciencias nos llevó a excursiones y aprendimos actuando… Los
docentes tenemos gran parte de responsabilidad sobre el aprendizaje y nivel de
éxito de nuestros alumnos. Y no me refiero a notas numéricas, que es el
cimiento básico de nuestro sistema educativo actual, muy a nuestro pesar. Me
refiero al aprovechamiento, al aprendizaje real, a la necesidad de saber más
sobre algo. Me refiero a despertar en los alumnos un deseo que les lleve a
seguir aprendiendo, que investiguen, pregunten, cuestionen… Deben tener muy
claro, que no todos valen para lo mismo y eso no es mejor ni peor, solo les hace
diferentes. Que, si luchan por lo que quieren, lo acabarán consiguiendo, que
deben confiar en sus posibilidades. Entonces,
solo entonces, la educación de este país empezará a mejorar. Cuando fomentemos
las ganas de aprender, les ayudemos a conseguir sus metas. Cuando su
aprendizaje sea real, activo y participativo. Cuando los alumnos dejen de
estudiar únicamente movidos por la necesidad de obtener una nota que agrade a
la sociedad, sin importar si el aprendizaje se produjo o no. Cuando sepan
trabajar en equipo, respeten y sean respetados. Cuando lo importante sea la
calidad y no la cantidad de aprendizaje. Solo en ese momento, nuestra educación
comenzará a cambiar.
Cris Nóvoa 14 Nov 2019